jueves, 13 de agosto de 2009

Casi, "la seguridad en tiempos del Cizarro"

Es el viernes recién pasado y me dispongo a regresar a casa tipo 18:30 viajando en un recorrido de la muerte, aquel que se deja ver cada 50 minutos y que genera gran dependencia en Vicuña Mackenna con Departamental. Sentado tradicionalmente atrás por la congestión de pasajeros que me obliga, transcurro en un viaje tranquilo. Hasta que el ambiente de silencio se tensiona por el arribo de tres jóvenes bulliciosos y de reconocidas características que genera el enjuiciarlos como unos flaites, suben por la puerta trasera evidentemente sin pagar y dos de ellos se sientan a mí lado mientras el mayor en rango se ubica unos asientos adelante. Mi nuevo compañero de viaje comienza a centrar su mirada en el bolso que llevo a mi izquierda y emitiendo unos ladridos caninos empieza sin duda a señalar a sus colegas el nuevo blanco encontrado.

Me mira desafiante, regalando una vez más sus gruñidos, casi escupiéndolos en mí cara.

- No le tengo miedo a los perros, en la casa tengo varios- le insinué (tonta la réplica pensé luego)

-jajajaja- que estai chistoso…… oe y no te asustan los perros,…. ¿Y las pistolas te asustan? - replicó con una mirada pendenciera.

Me sentí más tenso con esta “bomba” que me lanzó, mientras sus amigos nos ponían súbita atención (verso sin mayor esfuerzo); creo que me acordé del viejo Sócrates y empecé a comentarle cosas triviales que lo hicieron bajar un poco la guardia hasta que me paré para descender del bus.

(No uso celular, ni tenía un peso, mis zapatillas están viejas y mi reloj vale huevo; sólo tenía el notebook, un par de libros prestados que no estimaba entregarle tan fácilmente, aunque tampoco para transar mi integridad)

-ya wn entrégueme el bolso y el celular y no hay problemas - hablaba al momento que se ponía en pie y mostraba parte de un cartonero, mientras los pasajeros impávidos continuaban su viaje y el acompañante mayor se comenzaba a acercar, fortuitamente éste tropezó con dos escolares que estaban en el pasillo produciéndose un intercambio de insultos que llamó la atención del asaltante.

- permiso- esgrimí mientras lo empujaba para salir raudo por una puerta que se cerraba. Este joven no debe superar los 16 años como sus amigos, pensaba mientras corría endemoniado como creyéndome el rol de la presa, cuan gacela despavorida escapa del chita hasta encontrar refugio.

Siempre he creído en que no hay manera de justificar este tipo de delincuencia juvenil creciente, ni siquiera las pellejerías de la infancia que sólo nos permiten responder el porque se produce, pero no acreditan el acto en sí, ¿o acaso todos los ciudadanos que desde temprano trabajamos honestamente por salir adelante hemos nacido en cuna de oro?... por favor, si yo también jugaba a la pelota todo mocoso por los potreros de la población Valenzuela Llanos en Lo Espejo.

Todos se merecen una segunda, tercera o cuarta oportunidad, pero que no se confunda con impunidad, si todos nuestros actos tienen consecuencia, acción y reacción. Eso tengo entendido que los niños lo aprenden desde muy temprano.

Nunca, en todo caso, me había enfrentado de esta manera a un antisocial a pesar de haber vivido y transitado siempre por los barrios bajos de mi malmirada comuna. Pero entiendo que son cosas que nadie espera sobrevenir, ni siquiera para aprender algo nuevo. Supongo que lo único que obtuve de ello fue un concepto delictual más práctico al teórico que ostentaba (documentado por lo que vi en otros y los medios), el sentirme más desconfiando que nunca en la calle, cambiar de recorrido, más bien cosas logísticas; empíricamente pasé por una situación que miles de chilenos han enfrentado, con peores consecuencias incluso. Mis pensamientos de delincuencia juvenil no cambiaron un ápice por esta situación, lo viví con mayor suerte y listo.

Sin duda no la cuento dos veces.